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  • Simplicio Villarreal

Lo débil del presente



Es al final de las distracciones cuando me encuentro conmigo mismo en esta batalla diaria de cerrar los ojos y hacerme algunas preguntas para las que aún no tengo respuestas. Las empiezo a buscar, como si buscara un control remoto que está hundido entre cojines y que promete un cambio con algo tan sencillo como aplastar un botón para que me arranque de enfrente lo que no quisiera tener que ver. Rebusco sabiendo que no debería, como todas las noches enciendo el televisor sabiendo que hay más cosas en las que podría enfocarme. Pero lo encuentro y la completa obscuridad que se atrapa entre mis párpados resulta no ser tan absoluta, se deforma en figuras que alguna vez vi, en besos que alguna vez sentí, en ti, que alguna vez fuiste.


Es tan casi palpable que me olvido de respirar hasta que se rompe la memoria como un globo bien lleno de agua que por su propio peso se derrumba al piso y plaf, inútil por no poder contenerse por si sola el agua se desplaza por todos lados, para nunca más poder volver a ser lo que fue. No se qué hay después, se corta la memoria, y me queda apenas esa vez que caminábamos por el parque pensando en cuanta gente invitaríamos a nuestra boda; pero nunca la hubo, ni los hijos que nombramos por encimas de las luces de la ciudad queriendo estar más cerca de la noche. Nos escondíamos de la vida y el palpitar del tiempo como se esconden los perros que tan sólo se tapan sus ojos y se creen invisibles, aunque su cuerpo enorme y apestoso sigue ahí encima del sillón respirando como bestias. Así nuestras vidas, la queríamos esconder en cuanto caía la noche e ignorábamos que en unos días yo me montaría por vez quien sabe cual al mismo avión que me devolvería a la ciudad en donde tenía mi ropa más gastada y las cosas que en ese momento pensaba más importantes.


Tratábamos de atrapar a los sueños como luciérnagas que destellan en la noche, no sabiendo que una vez que se apagan dejan de ser sueños. Y el jarrón de vidrio en donde pretendíamos conservarlas para llamarlas memorias, se nos resbalaba un poco más de las manos cada que yo aplazaba los días para no tener que volver a montarme en ese avión, hasta esa tarde que te dije no, queriendo gritar sí.


Cobarde, deje caer el jarrón.





Pensaba con poca intuición que el futuro sería una continuación del presente, que las noches de promesas y cafés se mantendrían vigentes, que nunca nos haríamos viejos y si lo hacíamos no habría por qué darle importancia, porque tu estabas, y yo pensé estar aunque nunca lo estuve.


Y ahora se acabó el tiempo de volver a lo que ya no es un presente y mucho menos futuro, y es apenas un trapo gastado que cuelga de algún hilo en alguna parte muy obscura y que se aparece solamente en ese espacio entre mis párpados y la noche, meciéndose por gracia de algún viento que lo va cambiando de forma; y sus hilos rendidos que quisieran aferrarse a algo que ya no hay, me recuerdan lo débil que es el presente.






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